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Extraterrestres y derechos animales

4 Feb 2017

En las facultades de magisterio sí que hay asignaturas dedicadas a estudiar el funcionamiento de la mente humana desde un enfoque pedagógico. Pero los docentes de secundaria raras veces hemos cursado una carrera universitaria donde se incluya una asignatura con este fin. Se da por hecho que la licenciatura no sólo supone que se han adquirido unos conocimientos, sino que además somos capaces de transmitirlos. Sin embargo, la metodología utilizada por los docentes suele ser muy diferente, raras veces apoyada en estudios sobre el funcionamiento de la mente.

Cuando queremos transmitir en clase o en la sociedad unos valores que consideramos apoyados en datos objetivos e irrefutables, nos encontramos con una negación de los mismos a pesar de las pruebas que podamos haber aportado. Esto no sólo genera un malestar personal, sino que además muestra que quizá estemos haciendo algo mal en nuestro planteamiento. No entendemos lo que está pasando en la cabeza de la persona que hay enfrente. Sentimos rechazo y aumentan las tensiones. Aunque nuestros argumentos hayan sido objetivamente indiscutibles, la otra persona puede acabar el debate fortaleciendo su equivocada idea. Pero además esa persona puede sentir el deseo de difundir esa idea. ¿Por qué pasa esto?

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El psicólogo Ramón Nogueras Pérez, apoyándose en el libro “Cuando falla la profecía” de León Festinger (1956), analizaba el sesgo de confirmación en un encuentro de Escépticos en el Pub Madrid. El sesgo de confirmación es la tendencia que tenemos las personas a ignorar los argumentos que contradicen nuestras creencias y quedarnos con la información que refuerza lo que ya creemos.

En 1953 el psicólogo social Festinger, intrigado por la observación de que las ideas que ya se tienen son resistentes al cambio, comienza un estudio sobre la disonancia cognitiva; que se da cuando una persona tiene un punto de vista, pero tiene información que lo refuta categóricamente. Para ello busca un grupo de personas que tuvieran una idea muy sólida sobre una creencia, pero reciben una desconfirmación contundente sobre la misma.

Encuentra lo que buscaba. En esa época Dorothy Martin (cuyo anonimato Festinger respeta hasta su fallecimiento utilizando el pseudónimo de Marian Keech) colgó un anuncio en un periódico local en el que profetizaba la mayor catástrofe de la historia del planeta, y ese momento era inminente. Había contactado con extraterrestres del planeta Clarion (que no existe) a través del mecanismo de “escritura automática” que le advertían de que el fin del mundo llegaría antes del 21 de Diciembre de 1954.

Festinger infiltró a varios asistentes entre los seguidores de Martin. Antes del día 20 de Diciembre, Martin evitaba los medios de comunicación y permitía la entrada a la secta sólo a aquellas personas que demostrasen fé y dedicación a la causa. El día 20, los seguidores de Martin acudieron a la casa de la guía, para esperar una nave espacial que les salvaría de la catástrofe. A las 00:05 del día 21, cuando el grupo está desolado porque no ha aparecido la nave alguien advierte de que un reloj de la habitación marca las 23:55 del día 20 y acuerdan que todavía hay tiempo. A las 00:10 admiten que no han llegado los rescatadores del planeta Clarion. A las 4:45 Martin recibe otro mensaje por escritura automática en el que se les informa de que debido a la gran fé demostrada por el grupo y la luz irradiada esa noche, Dios había decidido no acabar con el planeta Tierra. Día 21 el grupo comienza a llamar a los medios de comunicación para lograr más seguidores de Martin e informar de que han salvado al mundo.

Festinger comprueba que aquellas personas que más habían sacrificado por la creencia (habían dejado su trabajo, su familia y todos sus ahorros) o la habían defendido públicamente, eran las personas que más se aferraban a ella. Nogueras, en el pub madrileño, explica el motivo de forma muy gráfica “a nadie le gusta darse cuenta de que es idiota”.

La idea se refuerza con un entorno social que comparte esa creencia. Por eso, al enfrentarse a la situación de disonancia cognitiva producida por la clara desconfirmación de la profecía, los adeptos tratan de lograr un mayor apoyo social.

Nogueras ejemplifica la disonancia cognitiva con el uso del tabaco. “Por un lado yo se que fumar perjudica mi salud. Sin embargo fumo. Conclusión: soy idiota”. Ante esta disonancia plantea tres posibles respuestas. La primera sería la más racional, pero menos habitual, dejar de fumar. De esta forma se destruye la disonancia de una forma racional. La segunda opción consiste en no pensar en la disonancia y seguir fumando. La tercera opción consiste en introducir un dato externo (aunque no tenga ninguna relevancia) que me permita aferrarme a la disonancia: “pues mi tío Pepe fumó desde los 12 años y vivió hasta los 96”.

Este tipo de situaciones las hemos vivido decenas de veces quienes hablamos en nuestro entorno social en favor de los demás animales. “No me gusta matar animales, pero voy a cazar todos los domingos”, “no me gusta el maltrato animal, pero soy aficionado a la tauromaquia”, “respeto la vida de los animales, pero me los como”.

Si mostramos algo tan obvio como que no se puede respetar a los animales y a la vez comérselos nos encontramos con las tres posibles respuestas que apuntaba Nogueras. La primera opción es la menos frecuente, dejar de consumir animales. De esta forma acabamos con la disonancia.

La segunda opción es olvidarnos de la disonancia; no pensar que aunque creemos respetar a los animales, nuestra forma de vida causa mucho sufrimiento animal. Olvidarnos de que el filete que nos estamos comiendo era un animal que quería seguir viviendo. Esta respuesta ante la disonancia es muy frecuente.

La tercera opción es que se nos responda con un “ya, pero si tú estuvieses en una isla desierta con un cerdo y un cuchillo, te comerías al cerdo” o con un “no se puede estar sana con una alimentación vegana”. No importa que muestres estudios de reputados científicos que avalan una alimentación libre de origen animal. Ante esta nueva disonancia cognitiva preferirán quedarse con las palabras de su doctora, que una vez le dijo que “hay que comer carne para tener suficientes proteínas”.

En ese ambiente informal, Nogueras llega a la conclusión de que no tiene sentido perder energías tratando de convencer a aquellas personas que han dedicado mucho a una creencia, o que viven en un ambiente claramente favorable a esa postura. Es mejor centrar la atención en quienes todavía no han reflexionado sobre el tema o no se han posicionado públicamente.
Del mismo modo tampoco es conveniente enfrentar a las personas ante una desconfirmación, porque, a pesar de que se tengan argumentos irrefutables contra su creencia inicial (como les ocurrió a los seguidores de la señora Martin), estos pueden resultar en un fortalecimiento de dicha creencia y una búsqueda de nuevos seguidores y seguidoras.