Los que vivimos con un perro hemos visto cómo cuando paseamos con él un padre coge a su hijo en brazos para protegerlo del «imprevisible animal» o una abuela que camina con su nieta nos pide que lo atemos ante la imagen de un perro corriendo y disfrutando suelto por el parque. ¿Son justificados estos miedos? ¿Realmente ayudan al niño o a la niña?
Nunca he visto a un perro atacar a un niño, ni siquiera tras una provocación. Sí que les he visto morderlos e incluso yo sufrí una pequeña herida en los tobillos cuando era pequeño. Pero estas mordeduras nunca han sido graves y el perro o la perra las han hecho jugando, exactamente igual que puede ocurrir cuando juegan dos niños juntos. Es muy raro que un perro ataque a un humano a no ser que otro humano le haya educado para hacerlo o que haya sido en defensa propia. Y es muy frecuente que los perros traten de acercarse a los niños para jugar con ellos o pedirles cariño.
Cuando los adultos apartan a sus hijos de animales tan inofensivos como los perros, aunque lo hacen con buenas intenciones, no les están ayudando. Están creando miedos en sus hijos ante un peligro que sólo existe en sus cabezas y un rechazo injustificado hacia los individuos de otras especies.
Son muchos los estudios psicológicos que demuestran que convivir con un animal de otra especie puede ayudar a los niños a desarrollar su inteligencia y su empatía. Por ello, madres y padres que se preocupan por el desarrollo de sus hijos deciden comprar un animal.
Esta es la peor forma con la que puede comenzar la relación con un animal, porque en el momento en el que dicho animal es comprado ya se le está tratando como un recurso. Como algo y no como alguien. No se puede fomentar en un niño valores de respeto hacia un individuo al que se ha comprado como si fuese un producto, a veces incluso como un regalo de cumpleaños o de navidad. Suelen ser estas familias las que se dan cuenta al cabo del tiempo que el perro, el gato o la tortuga tienen unas necesidades y acaban buscando la forma más rápida de deshacerse de ese «regalo» que ha quedado en desuso.
Ante esta opción existen alternativas mucho mejores tanto para el niño como para el animal. Todas las protectoras tienen sus cheniles saturados fundamentalmente de perros o gatos. Buscan desesperadamente casas de acogida, familias que puedan hacerse cargo temporalmente de animales que ellos no puedan atender hasta encontrar un adoptante definitivo.
Estas familias suponen una ayuda al animal y a la protectora, pero además son una herramienta muy útil para desarrollar valores positivos entre el niño y el perro. La familia puede explicarle al niño que ese perro (o gato, o conejo, …) necesita una casa que le cuide. De esta manera comprenderá que los animales de otras especies también tienen necesidades. Se le puede contar que ellos han decidido proporcionarle un hogar temporal para ayudar a ese animal y que él/ella también debe tratar de colaborar. Pronto el niño y el perro establecerán lazos de amistad que le ayudarán a derribar los prejuicios especistas que la sociedad fomenta en los más pequeños.
La familia antes de decidir convertirse en casa de acogida debe tener en cuenta que el perro no es un medio para educar a su hijo, que los intereses de ambos deben ser considerados por igual. De lo contrario, es imposible fomentar valores de igualdad en el niño, a la vez que es imposible tratar al perro como se merece.
Es importante que tenga en cuenta que, aunque la experiencia puede ayudar a su hijo a desarrollar su responsabilidad, el cuidado del perro debe ir siempre a cargo de adultos. Si una familia le da a su hijo un animal y le dice que el cuidado de dicho animal es responsabilidad suya, es que esos adultos son tan incapaces de cuidar al perro como el propio hijo.
La familia y el animal deben compenetrarse. La protectora antes de entregar al animal a una casa de acogida hará un estudio de la familia. Necesitan saber información como por qué quieren ser casa de acogida, el cuidado que van a aportarle, el tiempo que tienen para él, etc. Del mismo modo, no todos los perros sirven para cualquier familia. La gente tiende a escoger cachorros. Pero el aspecto físico debe ser el último criterio a la hora de escoger con quién compartir un periodo de tu vida. Los cachorros suelen demandar mucha atención y cuidados. Para empezar, es aconsejable acoger a un perro adulto que ya haya vivido en un hogar.
Es cierto que quienes tratamos de ayudar de esta manera tenemos que afrontar una parte dura de la experiencia, el momento de la despedida. Pero incluso este momento puede ser educativo, tanto para los niños como para nosotros mismos. Aunque sea difícil, debemos aprender a asimilar que ya nunca vivirán con nosotros y a disfrutar sabiendo que les hemos ayudado y que ahora se encuentran con una familia definitiva con la que pasarán felices el resto de sus vidas.