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Niños conflictivos y animales

26 Dic 2012

cachorrosdenadieLa intolerancia también diversifica lo que en los niños es “amistad” de lo que es “complicidad”. La amistad está hecha de tolerancia, de aceptación, de maduración. Aceptar al otro tal cual es, requiere sentirse igual a él, sentirse seguro.

La complicidad se alimenta de las vivencias de la propia inferioridad o significancia. (…). Los niños explotados, tan inseguros para crear vínculos, buscan cómplices. En cambio son capaces de vincularse profunda y entrañablemente con un perro, con un ratoncito, con algún animal que les permita sentirse seguros, dueños de la situación. Sobre todo entonces es cuando se muestran capaces de exquisita ternura y respeto. Una ternura y un respeto que los adultos habitualmente no son capaces ni de sospechar.

– Cachorros de Nadie / Enrique Martínez Reguera-

El año pasado me tocó ir a dar clase a un instituto de la provincia de Huesca, en una zona que dos décadas atrás había sido un núcleo industrial importante en Aragón, pero que actualmente se encuentra en una situación económica preocupante. Muchas familias han perdido su principal fuente de ingresos, algo que ha conducido a un sentimiento de fracaso que se ha visto reflejado en un incremento del consumo de drogas, alcoholismo y conflictos familiares.

Aunque en los primeros cursos de la ESO la motivación académica era en general muy baja había un alumno, al que llamaremos “S”, que destacaba frente al resto. El día que llegó al instituto le pegó un puñetazo en la nariz a una compañera y se la fracturó. Este alumno fue expulsado repetidas veces, pero su actitud violenta y desafiante hacia sus compañeros y profesores no cambiaba.

La respuesta por parte de los profesores era casi siempre la misma: castigos y expulsiones. Sus profesores habíamos decidido por consenso que se sentaría separado del resto de compañeros a los que tenía atemorizados.

En primavera un compañero, sabiendo que a mí me preocupaban los animales, vino a la sala de profesores y me dijo “Diego, ven corre, que S se ha encontrado un pollito en el recreo”. Yo, que daba por hecho que S estaría haciendo pasar un mal rato al pollo, salí disparado hacia el patio preparado para una fuerte discusión con S ya que su actitud sería de confrontación. Sin embargo al salir al patio vi a S sentado en el suelo sujetando cuidadosamente al pollo y mirándolo fijamente con ojos vidriosos. S nos miró y dijo con una voz sentida “se va a morir”.

Ni mi compañero ni yo dábamos crédito a lo que veíamos. Estoy acostumbrado a ver niños respetuosos con sus compañeros y divertirse poniendo petardos en la boca de las lagartijas, pero niños violentos con los humanos que son tan cuidadosos con los animales no lo había visto nunca.

Unos días antes, a pocos metros de donde S había encontrado el pollito había un árbol en el que había observado a una tórtola incubando en su nido. Le dije a S que el pollo se tenía que haber caído de ese nido y que lo mejor que podíamos hacer era tratar de subir al árbol y dejarlo ahí para que su madre regresase a alimentarlo e incubarlo. S se mostró voluntario al instante. Cuando bajó le dije “S, que sepas que has salvado una vida”. Él me respondió “y no es la primera que salvo”.

Hace poco me leí un libro fascinante sobre niños con comportamientos disruptivos titulado “Cachorros de nadie”, de Enrique Martínez Reguera y acto seguido me leí otro del mismo autor, “Remando contracorriente” que me han ayudado a comprender por qué S actúa de esa manera.

Los padres de S vinieron de Bulgaria cuando él era un bebé desligándose por completo del resto de su familia. Al poco tiempo de llegar a Huesca su padre abandonó el hogar y su madre que entonces contaría con unos 15 años quedó sola al cuidado de su hijo, sin apoyo de sus padres, primos, abuelos o tíos. Con sus trabajos precarios que le ocupaban prácticamente todo el día no tenía tiempo para atender a su hijo.

S pronto comprendería que su situación era diferente a la del resto de niños, él no tenía una familia y por tanto se sentiría en inferioridad de condiciones en el ambiente competitivo de nuestra sociedad y que algunos profesores fomentan en el aula. La inseguridad en sí mismo y ese ambiente competitivo generaría una falta de interés por la escuela. Mientras que el sentimiento de soledad y la falta de un apoyo familiar generaría un sentimiento de hostilidad hacia lo que le rodea que sería reflejado en sus conductas agresivas hacia lo que le rodea.

Trataría de llamar la atención para buscar esa atención que en su casa no tenía y para ello debía destacar. Pero como se sentía incapaz de destacar por “bueno”, tendría que destacar por “malo”, mediante una actitud que, a la vez, respondía a un ambiente que para él era una amenaza. La respuesta de los maestros sería el castigo incrementando así su sentimiento de hostilidad que había generado esa conducta. Los maestros, padres de otros alumnos, compañeros y su propia madre lo calificaron como “un niño malo” hasta el punto de que él mismo asumiría su condición de malo, peligroso y antisocial.

Los profesores, cuando nos encontramos ante un caso así debemos saber asignar responsabilidades de estas actitudes. El comportamiento de un niño es el resultado de lo que el mismo niño es y de su entorno. Al niño podemos atribuirle responsabilidades como niño y a su entorno –nosotros- nos las debemos atribuir como lo que somos, adultos. No podemos olvidar que esas actitudes son el resultado de un profundo malestar interior y que son el reflejo de su condición de víctima de una sociedad que no tiene sitio para estos niños. Esos comportamientos, por tanto, no pueden ser solo clasificados como una amenaza, sino que también deben ser interpretados como una petición de ayuda.

Debemos tratar de que se sientan integrados en el grupo y buscar formas –como utilizar el trabajo cooperativo frente al competitivo, plantearle retos que sea capaz de resolver- de que incremente la confianza en si mismo y de que empiece a ver el aula como un entorno favorable.

No debe extrañarnos de que estos niños muchas veces actúen de forma agresiva hacia los humanos, en los que han perdido su confianza, mientras se muestran completamente respetuosos con el resto de animales. Y podemos utilizar este sentimiento de empatía hacia los animales no humanos tanto a favor de los niños disruptivos como en beneficio de los animales.

Diego Jiménez