Hace unos años la Iglesia y las instituciones monárquicas entraron en pie de guerra ante las iniciativas de eliminar los crucifijos y la foto de los reyes en las aulas de los centros públicos. Sabían que tanto en la niñez como en la adolescencia los jóvenes son más susceptibles de asimilar ideas y es el momento en el que desarrollan una base moral, política y social. Conservar estos símbolos en las aulas contribuía a aceptar ambas instituciones y, por tanto, a facilitar su continuidad. Afortunadamente ya no se ven símbolos monárquicos o religiosos en las clases.
Ahora la sociedad empieza a cuestionar algunas prácticas relacionadas con la explotación animal y, como respuesta, los sectores más cuestionados están dirigiendo sus campañas a los centros educativos. La Federación de Caza de Castilla y León ha preparado un video financiado por la Junta para niños de entre 7 y 12 años en el que se promociona la caza. Por su parte, la Comunidad de Madrid organiza excursiones de colegios a la plaza de Las Ventas.
Estas iniciativas destinadas a perpetuar y fomentar la explotación animal han sido recibidas con indignación por parte del movimiento de derechos animales. Sin embargo, debemos tener en cuenta que aunque estos casos son más llamativos, el especismo está completamente integrado en la educación. Si no tratamos de eliminarlo de las aulas, difícilmente podremos eliminarlo de la sociedad.
Independientemente del nivel escogido, los currículos educativos y con ello los libros de texto tratan los intereses de los animales no humanos de dos formas distintas: ignorándolos o manipulándolos ostensiblemente.
En la mayoría de los casos el sistema educativo trata a los animales como cosas o como recursos. Así, por ejemplo, se habla de la importancia de la pesca para determinadas sociedades humanas sin ninguna referencia a los peces que pierden su vida con esta práctica. Se habla de la necesidad de matar jabalíes o ciervos para proteger las cosechas y el equilibrio ecológico ignorando que los ecosistemas no sienten pero los animales sí. Se habla de la alimentación y vestimenta ocultando que detrás de cada producto de origen animal hay una víctima.
En las pocas ocasiones en las que sí se trata a los animales como individuos se miente sobre sus intereses. Desde edades muy tempranas se hace pensar a los niños que los animales son felices en los circos o en las granjas. Posteriormente se plantean falacias como que los toros son los primeros beneficiados de la tauromaquia porque sino desaparecerían, y los cerdos son los beneficiarios del consumo cárnico porque de lo contrario se extinguirían. Haciendo creer a las nuevas generaciones que los animales están contentos con la explotación están garantizando su continuidad. «Si los animales quieren ser explotados, ¿cuál es el problema?».
Esta técnica es tan simple como efectiva, de hecho, dentro del «movimiento animalista» hay quien defiende el uso de «perros terapéuticos» o incluso de «perros policía» sin cuestionarse desde una perspectiva ética que esos individuos son tratados como recursos.
En Aula Animal creemos que una educación adecuada no puede basarse en mentiras o en ocultar la verdad. Es fundamental a la hora de desarrollar competencias básicas como la competencia social y ciudadana o el pensamiento crítico, hacer comprender a nuestros alumnos que los animales tienen unos intereses que deben ser considerados y para ello debemos plantear actividades en las que se pongan en el lugar de los animales.