Es habitual ver cómo los bebés lloran y patalean si no se les proporciona lo que quieren. Puede ser el objeto más sencillo, un chupete, una pelota, etc. Su desarrollo no les permite reflexionar sobre las consecuencias que en otros puede tener hacerse con dicho objeto; quizá esa pelota sea de otro bebé.
La primera fase de la educación ética es aquella en la que la familia trata de hacer ver al bebé que no puede hacer o tener todo lo que le gusta. Aquellos niños/as a los que les cuesta comprender las consecuencias de sus acciones tenderán a presentar problemas sociales más o menos relevantes; utilizarán la fuerza para quitar a sus compañeros los juguetes que le gustan, etc.
Tendemos a asumir que esa educación en valores se supera en los periodos de Infantil o Primaria, pero quedan reflejos de esa visión egoísta mucho tiempo después, como queda patente en muchos adultos cuando se habla de temas como la tauromaquia: «quiero que continúe porque me gusta» o «si no te gusta, no vayas, pero a mí me debes respetar, porque me gusta». En ningún momento analizan las consecuencias que sus gustos tienen en el animal, el único criterio relevante parece ser el de los gustos.
Estas actitudes no se limitan al maltrato animal, los agresores sexuales atacan a sus víctimas «porque les gusta» Cuando hay una parte relativamente importante de la sociedad adulta que sigue comportándose sin valorar el daño que causan, algo tiene que mejorar nuestro sistema educativo.
Diego Jiménez